Nuestro sistema educativo ha permitido pasar de una mano de obra barata a una de eficiencia. Ahora tenemos que evolucionar hacia una basada en el conocimiento.

Por: Luis Gamboa 

Pregúntese por un momento qué pasaría si a usted le ofrecen hacer un viaje por las montañas de Costa Rica utilizando un auto con 37 años de rodaje y poco mantenimiento. Es obvio que preferiría hacerlo en un todoterreno, moderno y fuerte que le permitiera sortear los retos que hallara en el camino.

Al igual que el viejo auto, la realidad es que tenemos a nuestros estudiantes aprendiendo a enfrentarse al mundo con añejas y limitadas herramientas que les limitan la ruta de crecimiento en sus vidas.  Un reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés) señaló que muchas de las metodologías y las técnicas de enseñanza usadas en Costa Rica no cambian desde la década de los ochenta. Según el documento, solo 64 de 125 países han logrado que al menos el 50 % de sus jóvenes logren concluir la secundaria. Costa Rica no está en esta lista aún.  Nos colocamos por encima de 51 naciones en esta materia gracias al valioso trabajo realizado, empero, seguimos por debajo de 73 más que nos superan en cantidad de graduados de secundaria. Inglés y ciencias. Por otra parte, tan solo el 11 % de nuestra población dice hablar inglés, según datos del INEC, y de los 51.000 graduados universitarios en el 2016, solamente el 16 % lo fueron en carreras universitarias de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas. De estos una muy pequeña porción fueron mujeres.

No se trata de restar valor al camino recorrido, pero, ciertamente, como país no podemos estar conformes con estos resultados.  Nos corresponde poner sobre la mesa acciones concretas para potenciar las competencias de nuestra gente mediante una educación de calidad y con visión del futuro.  Ahora más que nunca, actuar es crítico ante la Cuarta Revolución Industrial en la que nos encontramos inmersos y que nos ha llevado a una realidad moldeada por la inteligencia artificial, vehículos autónomos, big data, ciencia de materiales, computación cuántica, biología sintética y muchas otras tecnologías emergentes.  El nuevo mundo marcado por la tecnología y la innovación trae consigo grandes retos, mas, también, indudablemente, enormes oportunidades para los países que deciden prepararse.  Debo decir con una constructiva franqueza que nuestro sistema educativo no está hoy suficientemente preparado para ser uno de esos países que tome ventaja, pero tiene las bases necesarias para transformarse y unirse al grupo de ganadores. Nuestro sistema educativo ha sido ejemplo en la región y ha permitido convertir nuestra economía de una de mano de obra barata a una de eficiencia.

Ahora tenemos que evolucionar hacia una basada en el conocimiento.  Alcanzarla nos permitiría salir de la trampa del ingreso medio y lograr mayores niveles de crecimiento económico, pero, sobre todo, nos ayudaría a romper inequidades, pobreza y otros problemas sociales. Otro camino. Debemos repensar el camino y encontrar uno que nos posibilite replantear el uso de recursos para alcanzar una alta productividad, participar en nuevos sectores, potenciar habilidades y generar mayor equidad y oportunidades de crecimiento.  La discusión de educar para la empleabilidad es necesaria y debe darse dejando de lado la creencia de que resta valor al desarrollo personal.

¿Qué puede ser más gratificante para un muchacho o muchacha que al graduarse encontrar un espacio para desarrollar su profesión o habilidades, y que esto le permita mejorar sus condiciones y las de su familia? Lo anterior, al tiempo que, gracias a su inserción exitosa en el mercado, permita al país seguir creciendo.  Las competencias o la titulación universitaria y técnica demanda estar en el análisis. Ambas son importantes y complementarias, ambas tienen cabida en esta nueva realidad que vivimos.  Es evidente que la tecnología y el trabajo en las empresas, particularmente tecnológicas, se mueven muy rápidamente y debemos propiciar en nuestra gente el desarrollo de sus competencias más allá de las aulas.  Así como también debemos propiciar el fortalecimiento de nuestros educadores, quienes tienen en sus manos el reto de caminar junto a nuestros jóvenes en este proceso de evolución, que los transforma a ambos por igual.

Cuando en Cinde nos hemos referido a que estamos ante la tormenta perfecta generada por el contexto internacional de turbulencia y disrupción, por el nuevo orden económico, por nuestra competitividad con claras áreas de mejora y por la vivencia de las megatendencias tecnológicas, no lo hacemos como augurio de dificultades inafrontables.  Al contrario, lo concebimos como una convocatoria para el trabajo conjunto, como el espacio para pensar en nuevas ideas y maneras de hacer las cosas. Como el momento para cambiar el carro que nos permita transitar más eficientemente por este camino de oportunidades para todos.  

El autor es presidente de Cinde.

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